En la estrategia “Cuidar la
Tierra” de la UICN se dice textualmente: “Lo que la gente hace es lo que la
gente cree. A menudo unas creencias ampliamente aceptadas tienen más poder que
los decretos gubernamentales”. En tal sentido, la información que reciben los
ciudadanos por los medios de comunicación es, con frecuencia, la única vía de
formación a la que tienen acceso tras finalizar sus estudios elementales.
Aunque los periodistas se ven
muchas veces limitados por el tiempo que tienen para publicar una noticia, los
medios de que disponen para hacerlo y las incertidumbres reinantes sobre el
tema en cuestión en el momento de tratarlo, ello no exime al periodista de su
obligación de ser riguroso al transmitir la información, ya que lo que diga
puede ser aceptado por la opinión pública como un “dogma de fe”, más aún si los
lectores son habituales de un determinado periódico o informativo. Aparece aquí
un problema con la información medioambiental, y es el que se crea cuando los
medios con tendencias ideológicas bien definidas interpretan a su antojo las
informaciones que les llegan desde los investigadores y técnicos
especializados.
Pero el rigor puede representar
en ocasiones un arma de doble filo, pues en temas como el medio ambiente no
suele haber periodistas especializados, que manejen bien el lenguaje técnico, y
suelen incurrir en uno de estos dos errores: o bien interpretan mal la fuente
de información y publican auténticas barbaridades o se dedican a citarla
extendiendo un mensaje demasiado técnico que el público no llega a comprender.
Por lo general, los problemas
ambientales que aparecen en televisión ocurren en partes muy diferentes del
mundo (los vertidos de petróleo en las costas de California, el transporte de residuos nucleares en Alemania, el tsunami en Japón y la posterior alerta
nuclear de Fukushima, etc.). En cambio, los problemas locales, que afectan más
directamente a los ciudadanos, no son tratados por los medios de la misma
manera, simplemente por resultar menos “impactantes”. Además, los medios, con
esta estrategia sensacionalista, le están haciendo un flaco favor al ciudadano,
puesto que esos problemas ambientales pueden ser percibidos por las personas
como fuerzas insuperables frente a las que nada se puede hacer y ante las que
el público reacciona con enfado, frustración y finalmente indiferencia, con lo
que no se consiguen cambiar los malos hábitos de los individuos.
Esto es así porque no se informa
sobre los procesos que llevan a la generación del resultado, sólo se muestra la
catástrofe (el vertido de petróleo) y no se habla de su origen (la extracción
en alta mar) ni del fin que lo provoca (llenar los depósitos de los vehículos
al mínimo precio posible).
Conseguir transmitir al público
en general el mensaje de que la protección del medio ambiente afecta
directamente al desarrollo de nuestras actividades cotidianas, sin llegar a
provocar en el receptor ese pánico o indiferencia que le impida actuar, es el
gran reto que tienen por delante los medios de comunicación en estos momentos.
La complejidad de los problemas
ambientales hace que ni los mismos científicos se pongan muchas veces de
acuerdo en sus orígenes y mucho menos en el alcance de sus consecuencias, pero
esto no exime de responsabilidad al periodista que debe ser responsable de lo que
publica, y debe exigírsele que desarrolle el mismo “periodismo en profundidad” que
aplica en otras categorías.
Jesús Ángel González de la Osa
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